Capítulo Cuatro: Nueva vida

domingo, 27 de junio de 2010


"Hay una especie de reflejo automático en eso de hablar de la muerte y mirar en seguida el reloj."

Mario Benedetti

-¿Crees que se despierte si entro a su habitación? Necesito saber que está bien…

-Cariño, está bien. Se durmió hace poco y creo que necesita dormir.

La primera voz, sin duda era de mi padre. Quien le respondía, con toda certeza era mi madre. No había sido más que un sueño. Real, loco, inquietante, lo que sea…pero sueño al fin y al cabo. Suspiré, aliviada pero con cierta inconformidad.

Abrí los ojos a regañadientes y me estiré como pude en la ropa de cama, mullida e increíblemente cómoda. Suave, las sábanas con olor a limpio y mi pelo cubriendo la almohada, como siempre. Todo estaba ahí, y no importaba lo real del sueño, el sol entraba despacio por la ventana, escuchaba las voces de mis padres provenientes de la escalera o el primero piso y todo estaba ahí, como siempre.

Me levanté y tomé el primer sweater que encontré en el montoncito de ropa limpia que siempre estaba a los pies de mi cama, esperando en vano a ser guardado en el clóset, me lo puse y aún algo dormida abrí la puerta de mi habitación y salí en dirección a las escaleras. Sin embargo, algo me detuvo.

Cuando compramos la casa, mis padres se habían dado el trabajo de buscar una con cuatro habitaciones. En la primera planta, una para las visitas (generalmente mis abuelos, que venían cada navidad desde Nueva Orleans), y en el piso de arriba, tres habitaciones juntas: una para ellos, una para mi, y una para el eventual hermano o hermana, que nunca llegó. Esta última, con los años, había sido destinada “Oficina multifuncional”, pues en ella generalmente mis padres guardaban archivos de los distintos hoteles en los que trabajaban, o yo la utilizaba muy de vez en cuando, para estudiar con mis amigos. Ahora, en la puerta había algo colgando muy vistosamente, algo que nunca había visto antes, un cartelito de madera color rosa pastel, con motivos algo cursis que rezaba: Sophia.

Como estaba en mi propia casa, no tenía por qué estar preguntando si podía entrar a la habitación, así que en vez de bajar, sólo abrí la puerta y me topé de frente con una habitación completamente distinta a la que yo conocía. En lugar de los libros y archivadores, habían peluches y muñecas. Reemplazando al librero, un gran armario lleno de ropitas de colores claros. Cuadros con motivos infantiles y móviles de mariposas multicolores, donde antes habían diplomas de honor y , lo más importante de todo: donde antes había un enorme escritorio, ahora había una cuna blanca, y una pequeñacosa rosada durmiendo en su interior. Una cosa, que se movía de arriba abajo con ritmo propio, respirando feliz y tranquila.

Muy bien, aquí vamos otra vez, pensé. ¿Sueño? Cada vez me convencía menos de ello. Para mi mala suerte, no recordaba muy bien lo que había hecho la noche anterior, de hecho, no sabía lo que había hecho. Sólo había cumplido 17, celebrado con mis amigos y más entrada la noche, habíamos ido a la playa…luego la discusión con Travis y de ahí en más, el “sueño” con la gente rara de aquel faro, y ahora esto. ¿Se podía soñar tanto? ¿Con tanto sentimiento incluido, tanta conciencia? Lo que más me incomodaba de todo, era la permanente situación de realidad que habitaba en mí. Aidan, era tan real como Travis. Y sólo era alguien que había “conocido” en un sueño. El faro, la playa…la angustia, la seguridad de estar muerta, todo era una horrible sensación de veracidad, seguida por un convencimiento extraño de estar soñando como todas las noches, que luego era reemplazado por una resignación ante la idea de estar muerta, y así sucesivamente.

En cualquiera de los casos, jamás habíamos tenido un bebé en casa. La pequeña dormía profundamente, con una respiración lenta y profunda que movía todas las frazadas con las que estaba cubierta. Tenía pequeños rizos castaños en la cabeza y unas pestañas extrañamente curvas, y una pequeña boca algo abierta oculta por unas enormes mejillas rosadas, típicas de los bebés. La pequeña dormía tranquila e inspiraba profunda paz, sin embargo, no dejaba de pensar en las muñecas de porcelana de las películas de terror cuando la contemplaba. De súbito, dio un pequeño respingo en sueños, haciendo que yo me sobresaltara y diera un paso atrás, enredándome topemente con un pañal de tela y viéndome obligada a sujetarme en un mueble para no caer. Mientras la pequeña despertaba entre sollozos, yo maldecía por lo bajo por haberla despertado.

-Mmm…shhst, tranquila-le susurré a la pequeña tratando de calmarla. Nunca había estado con un bebé tan cerca. Mis primos eran mayores que yo, y los menores no vivían en Estados Unidos, así que sólo los conocía por fotos. La bebé se impacientaba cada vez más, hasta que de pronto, fijó sus grandes ojos verdes en mí. Pareció calmarse y dejar de sollozar, pero no dejaba de respirar rápido.

-Hum… ¿Hola?-le dije con toda la amabilidad que me permitía ese momento.

Le acerqué mi dedo, y lo sostuvo con su cálida y suave mano, pero comenzó a llorar otra vez, así que la solté. Y antes de que pudiera hacer algo, mi madre entró. Se veía agotada, y con el pelo muy desarreglado.

-Mamá, desde cuándo…

-Sophia, ¿Cuándo dejaras que mamá descanse un rato? Eres muy mimada, hija-le dijo mimamá a la bebé, mientras la sostenía en sus brazos, ignorándome totalmente. ¿La había llamado hija?

-Mamá… ¿Quién es ella?-pregunté, acercándome y tocando a la bebé, quien me miró nuevamente y comenzó a llorar con más fuerza-¿Mamá?

Sin respuesta, nuevamente. Tan sólo se limitaba a acariciar la pequeña cabeza de la bebé, y pasearla de un lado a otro, entrecerrando los ojos y dando profundos suspiros que denotaban un cansancio extremo. Había algo en ella, sin embargo, que no me gustaba y me hacía tenerle cierto repudio. Sí, a mi propia madre. No me esforcé tampoco en hablarle, pues me tenía a menos de un metro de distancia y no se percataba de mi existencia. Al parecer, realmente no existía.

Entonces, antes de hacer algo (alguna estupidez, probablemente), oí ese extraño acento que tanto me descolocaba.

-No hay caso contigo, ¿eh?-murmuró Aidan desde el umbral de la puerta. Estaba de brazos cruzados ,con el semblante serio y una ceja arriba, en señal de severo disgusto.-¿Quiénes son ellas?

No respondí inmediatamente. No por la situación tan poco cuerda, si no que hubo algo que me hacía sentir insegura frente a los lazos que tenía con aquella mujer, mi madre.

-Mi madre, supongo-solté cortantemente.

-Y no te responde, ni te mira… ¿Verdad?- preguntó divertido, sin mover la ceja alzada ni un centímetro.

-Ya basta de tus jueguitos, ¿Por qué no me dices la verdad y me dejas en paz de una vez por todas?-lo encaré saliéndome un poco de mis casillas.

Para mi disgusto, esbozó una media sonrisa.

-Ya te lo dije, April. Estás muerta .Estoy Muerto. Estamos muertos…Y hasta es fácil de conjugar el verbo-respondió-Y no me pongas esa cara. ¿Sabes? Me lo estás haciendo bastante difícil, y ya me harté un poco de que te tomes esto tan…vamos, no es que te haya dicho que ahora tienes poderes sobrenaturales…sólo estás muerta, y ya.

Permanecí en mi lugar, mirándolo sin pestañar. Podía escuchar a la bebé llorar a todo pulmón, mi madre respirar cada vez más angustiada, e incluso poner atención en cada una de las palabras que los labios de Aidan formaban, incluyendo aquel extraño acento todavía seguía causándome curiosidad (y quizás algo más), pero asimilar que estaba muerta, no.

-Mira, creo que no logré conocerte nada bien cuando me dedicaba a hacerte Vigilias…así que supongo que en realidad, sí eres del tipo “ver para creer”.

Dicho esto, avanzó hacia mi madre y le tocó la cabeza. Su mano no la atravesó, como yo esperaba ni ella se inmutó. En vez de eso, ocurrió algo más propio de una clase de física que de una película sobre fantasmas. Era como si mi mamá fuese un mero reflejo de ella misma en el agua. Cada vez que Aidan la tocaba, su imagen se esparcía en débiles ondas, que se esparcían por todo el campo de visión.

Un escalofrío me recorrió, y cuando me disponía a tocarla, para ver que tan cierto era, mi padre entró en la habitación.

-Creo que empezaré a hablar más bajo, lo siento-se disculpó con mamá. Acto seguido, caminó hacia ella, y literalmente, pasó a través mío. Sin inmutarse si quiera. Los del problema, fuimos nosotros.

Mientras una serie de garrafales ondas desordenaban toda la habitación, Aidan murmuró algo como “Bien, no había considerado eso” y avanzó como pudo hasta mi, que intentaba sostenerme de la pared inútilmente, pues también se deformaba poco a poco. Era similar a un sismo, sólo que las cosas literalmente se deformaban para nosotros.

-Dame la mano-sugirió tomando mi brazo y acercándome hacia él-Tranquila, es normal. Es que no estamos dentro de la misma…dimensión o situación espacio-temporal que ellos. Si nos tocan, o los tocamos…pasa eso de las ondas, ahora ese sujeto chocó contigo…eso ya es más contacto ¿Es tu padre?

-Sí-dije como toda respuesta. Aidan parecía disfrutar un poco de semejante espectáculo, pese a que yo me sentía idénticamente a cuando estaba subiendo o bajando en un ascensor. Sólo que este, iba en dirección al piso infinito. Me sentía bastante mareada, y sin querer apoyé mi cabeza en su brazo. Aunque pareció darle lo mismo, para esquivar la incomodidad que sentí, alargué un poco mi respuesta-Ellos son mis padres, pero no sé quién es la bebé.

Abrió la boca, pero antes de hablar él, se detuvo al ver mi cara de susto al escuchar las distorsionadas voces provenientes de mis propios padres. Sonaban exactamente igual que cuando uno alenta una cinta de un cassette, sólo que no es muy agradable la sensación cuando son tus propios padres quienes hablan.

-Tranquila, otra vez…es lo mismo que cuando tiras una piedra a un pozo de agua, imagina que son pequeñas ondas, sólo que les toma un poco más de tiempo difuminarse. Y con respecto a la bebé, creo que es tu hermana…

-¿Hermana?

-¿No querías tener una?

-¿Ahora eres el Hada de los Deseos?

Suspiró y caminó en dirección amis padres, quienes ya hablaban normal. El piso pareció estabilizarse y las paredes se quedaron quietas de una vez por todas. No seguí alegándole, pues de alguna u otra manera, yo también había percibido que la pequeña era en parte, muy cercana a mí. Y, tenía que haber algo de razón en todo esto…no podía seguir negando y negando sin fundamentos, menos teniendo en cuenta la desagradable experiencia que había vivido recién.

Aidan miró al pequeño bulto y esbozó una sonrisa algo forzada, para mi gusto.

-…de todos modos. No es que no la quiera, es sólo que no estaba en nuestros planes-dijo mi madre de pronto, como si alguien con un control remoto imaginario hubiese puesto el cassette en la velocidad normal. Sujetó a Sophia contra su pecho y dedicó una fría mirada a mi padre-Y no vuelvas a decir eso nunca más, Alan. Sabes muy bien que no pienso así.

-Pues a veces no lo demuestras. Ni si quiera por respeto hacia Abby- respondió él, siendo aún más frío con ella. Una punzada extraña recorrió mi corazón, y no salió de ahí fácilmente.

-Nadie planea que tu hija se muera de la nada, y que en menos de dos años nazca el bebé que siempre quisiste para que fuese su hermana. ¡Simplemente no planeas cosas así! – Dicho esto, comenzó a llorar, se levantó y salió de la habitación.

Mi padre, por su parte, se limitó a mirar por la ventana, apretando con evidente frustración la mandíbula. Cuando mi madre salió de la habitación, sin pensarlo dio un puñetazo en la cuna de la bebé, soltando maldiciones varias.

-¿Ahora si me crees?-dio fríamente Aidan, mirándome desafiante.

En vez de responderle, tal vez por instinto o tal vez por sincera compasión hacia mi madre (no sé si es posible tener pena de tu propia muerte, la verdad), salí de la habitación tras ella. Se encontraba en su cuarto, sentada en los pies de la cama, contemplando a la bebé como si fuera irreal, y no pudiese creer que de verdad ambas lloraban desconsoladamente, sin nadie que las confortara en ese minutos. Ambas llorando, por razones inentendibles para la otra.

Sentí el impulso de tocarla, abrazarla, pero pensé que pasaría lo mismo que en la habitación anterior, así que tan sólo las contemplé con tristeza. Aidan llegó casi inmediatamente después que yo, y ya no me molestaba que estuviera recordando mi estado de mortalidad continuamente. Es que ahora sólo necesitaba un minuto a solas, y ni eso podía conseguir.

-¿Estas convencida o no? Porque realmente no sé que tanto puedas estar sin problemas aquí-dio cruzándose de brazos.

-¿No tienes nada mejor que hacer?-solté bastante molesta-Sí, estoy convencida, no es necesario que ahora me muestres el funeral…

-Yo no te muestro nada, tú sola viniste. Es, en cierta parte, suerte que no hayas ido a parar quizás quien sabe adónde…y dios, que alguien calle a esa criatura-dijo con desinterés haciendo una mueca-¿Le parece a la señorita si ya nos devolvemos? Ya la conociste, ahora déjame hacer todo como tenía planeado.

-¿Planeado? ¿Es que ahora eres tú el que planea mi vida, también?-pregunté alzando una ceja y mirándolo casi deshaciendo mis propios dientes por la fuerza con la que apretaba mi mandíbula.

Sophia no paraba de llorar y mi madre no hacía ningún esfuerzo por callarla. La situación no me favorecía en lo absoluto, y yo no era de mantener la calma en momentos de presión, preciamente.

-Tú vida la planeaste tú. Pero, como te dije…ya no hay más vida-respondió serio, clavando su inquietante mirada sobre mis ojos, haciendo que la mía corriera a esconderse por ahí, cual cachorro enfrentándose a un Rottweiler.

No tenía nada que responderle, pues en eso él tenía razón. Había algo en él que a ratos me hacía sentir insegura y dos segundos después, como si fuera el único ser en el planeta en el que en realidad podía confiar. Si estaba muerta, como ahora sí creía estarlo, en la totalidad más absoluta posible, no tenía más a mis amigos, ni mi familia. Y ni siquiera era algo parecido a un fantasma, ni atravesaba paredes, como siempre lo había visto o leído. Las personas eran quienes no tenían idea de mi existencia y me atravesaban, y todo daba vueltas …¿Es que quien se detiene en su vida a pensar como es realmente estar muerto?

Ahora había otro factor denominado Sophia. La veía, la escuchaba llorar…más no asimilaba que eso, era mi hermana. Al hacerme la idea de que tenía que marcharme (y con seguridad, me costaría un mundo volver gracias a los planes de Aidan) comencé a sentir que una pequeña parte de mí, cada vez más y más grande, quería estar con ella, y ayudar a mamá a calmarla. Tomarla, hablarle de cosas que de seguro no entendería y dejar que una vez más tomara mi dedo entre los suyos, diez veces más pequeños.

Sabía que no conseguiría nada discutiendo otra vez, así que preferí hacer lo que mi acompañante decía. No sin antes, despedirme de mi hermana.

Caminé, temerosa y puse mis dedos sobre su frente, lo que provocó que se quejara un poco, pero sorprendentemente, paró de llorar. Al mismo tiempo, Aidan había intentado impedir mi movimiento, pero demasiado lento, se limitó a mirarme con una expresión de evidente incredulidad en la cara.

-Con razón diste con tu familia tan fácilmente…a ver, toca a tu madre-dijo emocionado.

-¿Para qué?-dije, al momento en que le obedecía, extrañada mientras intenté que mis dedos hicieran contacto con uno de los rizos que pendían sobre sus hombros. De inmediato, provoqué exactamente el mismo efecto que había causado el minutos atrás en la otra habitación. Poco a poco, el efecto “piedra en el estanque de agua” inundaba la habitación.

Me tomó de un brazo y sonriente, exclamó:

-¡No estaba del todo mal, April!-dijo radiante, mientras me conducía hacia a puerta-Por eso encontraste tan fácil el camino a tu casa y tienes una conciencia tan definida…por eso aun sientes tanta vida en ti… ¿Ya te habías dado cuenta que tu hermana puede percibirte?

-¿Y no debería?-pregunté, con curiosidad, mirando sobre mi hombro para ver la curiosa escena que dejábamos atrás.

-Nadie lo hace, ya te expliqué-respondió, esta vez sin parecer pesado. Es más, había algo de orgullo en sus ojos-A menos claro, de que tú seas su Doppelgänger.