Capítulo Cuatro: Nueva vida

domingo, 27 de junio de 2010


"Hay una especie de reflejo automático en eso de hablar de la muerte y mirar en seguida el reloj."

Mario Benedetti

-¿Crees que se despierte si entro a su habitación? Necesito saber que está bien…

-Cariño, está bien. Se durmió hace poco y creo que necesita dormir.

La primera voz, sin duda era de mi padre. Quien le respondía, con toda certeza era mi madre. No había sido más que un sueño. Real, loco, inquietante, lo que sea…pero sueño al fin y al cabo. Suspiré, aliviada pero con cierta inconformidad.

Abrí los ojos a regañadientes y me estiré como pude en la ropa de cama, mullida e increíblemente cómoda. Suave, las sábanas con olor a limpio y mi pelo cubriendo la almohada, como siempre. Todo estaba ahí, y no importaba lo real del sueño, el sol entraba despacio por la ventana, escuchaba las voces de mis padres provenientes de la escalera o el primero piso y todo estaba ahí, como siempre.

Me levanté y tomé el primer sweater que encontré en el montoncito de ropa limpia que siempre estaba a los pies de mi cama, esperando en vano a ser guardado en el clóset, me lo puse y aún algo dormida abrí la puerta de mi habitación y salí en dirección a las escaleras. Sin embargo, algo me detuvo.

Cuando compramos la casa, mis padres se habían dado el trabajo de buscar una con cuatro habitaciones. En la primera planta, una para las visitas (generalmente mis abuelos, que venían cada navidad desde Nueva Orleans), y en el piso de arriba, tres habitaciones juntas: una para ellos, una para mi, y una para el eventual hermano o hermana, que nunca llegó. Esta última, con los años, había sido destinada “Oficina multifuncional”, pues en ella generalmente mis padres guardaban archivos de los distintos hoteles en los que trabajaban, o yo la utilizaba muy de vez en cuando, para estudiar con mis amigos. Ahora, en la puerta había algo colgando muy vistosamente, algo que nunca había visto antes, un cartelito de madera color rosa pastel, con motivos algo cursis que rezaba: Sophia.

Como estaba en mi propia casa, no tenía por qué estar preguntando si podía entrar a la habitación, así que en vez de bajar, sólo abrí la puerta y me topé de frente con una habitación completamente distinta a la que yo conocía. En lugar de los libros y archivadores, habían peluches y muñecas. Reemplazando al librero, un gran armario lleno de ropitas de colores claros. Cuadros con motivos infantiles y móviles de mariposas multicolores, donde antes habían diplomas de honor y , lo más importante de todo: donde antes había un enorme escritorio, ahora había una cuna blanca, y una pequeñacosa rosada durmiendo en su interior. Una cosa, que se movía de arriba abajo con ritmo propio, respirando feliz y tranquila.

Muy bien, aquí vamos otra vez, pensé. ¿Sueño? Cada vez me convencía menos de ello. Para mi mala suerte, no recordaba muy bien lo que había hecho la noche anterior, de hecho, no sabía lo que había hecho. Sólo había cumplido 17, celebrado con mis amigos y más entrada la noche, habíamos ido a la playa…luego la discusión con Travis y de ahí en más, el “sueño” con la gente rara de aquel faro, y ahora esto. ¿Se podía soñar tanto? ¿Con tanto sentimiento incluido, tanta conciencia? Lo que más me incomodaba de todo, era la permanente situación de realidad que habitaba en mí. Aidan, era tan real como Travis. Y sólo era alguien que había “conocido” en un sueño. El faro, la playa…la angustia, la seguridad de estar muerta, todo era una horrible sensación de veracidad, seguida por un convencimiento extraño de estar soñando como todas las noches, que luego era reemplazado por una resignación ante la idea de estar muerta, y así sucesivamente.

En cualquiera de los casos, jamás habíamos tenido un bebé en casa. La pequeña dormía profundamente, con una respiración lenta y profunda que movía todas las frazadas con las que estaba cubierta. Tenía pequeños rizos castaños en la cabeza y unas pestañas extrañamente curvas, y una pequeña boca algo abierta oculta por unas enormes mejillas rosadas, típicas de los bebés. La pequeña dormía tranquila e inspiraba profunda paz, sin embargo, no dejaba de pensar en las muñecas de porcelana de las películas de terror cuando la contemplaba. De súbito, dio un pequeño respingo en sueños, haciendo que yo me sobresaltara y diera un paso atrás, enredándome topemente con un pañal de tela y viéndome obligada a sujetarme en un mueble para no caer. Mientras la pequeña despertaba entre sollozos, yo maldecía por lo bajo por haberla despertado.

-Mmm…shhst, tranquila-le susurré a la pequeña tratando de calmarla. Nunca había estado con un bebé tan cerca. Mis primos eran mayores que yo, y los menores no vivían en Estados Unidos, así que sólo los conocía por fotos. La bebé se impacientaba cada vez más, hasta que de pronto, fijó sus grandes ojos verdes en mí. Pareció calmarse y dejar de sollozar, pero no dejaba de respirar rápido.

-Hum… ¿Hola?-le dije con toda la amabilidad que me permitía ese momento.

Le acerqué mi dedo, y lo sostuvo con su cálida y suave mano, pero comenzó a llorar otra vez, así que la solté. Y antes de que pudiera hacer algo, mi madre entró. Se veía agotada, y con el pelo muy desarreglado.

-Mamá, desde cuándo…

-Sophia, ¿Cuándo dejaras que mamá descanse un rato? Eres muy mimada, hija-le dijo mimamá a la bebé, mientras la sostenía en sus brazos, ignorándome totalmente. ¿La había llamado hija?

-Mamá… ¿Quién es ella?-pregunté, acercándome y tocando a la bebé, quien me miró nuevamente y comenzó a llorar con más fuerza-¿Mamá?

Sin respuesta, nuevamente. Tan sólo se limitaba a acariciar la pequeña cabeza de la bebé, y pasearla de un lado a otro, entrecerrando los ojos y dando profundos suspiros que denotaban un cansancio extremo. Había algo en ella, sin embargo, que no me gustaba y me hacía tenerle cierto repudio. Sí, a mi propia madre. No me esforcé tampoco en hablarle, pues me tenía a menos de un metro de distancia y no se percataba de mi existencia. Al parecer, realmente no existía.

Entonces, antes de hacer algo (alguna estupidez, probablemente), oí ese extraño acento que tanto me descolocaba.

-No hay caso contigo, ¿eh?-murmuró Aidan desde el umbral de la puerta. Estaba de brazos cruzados ,con el semblante serio y una ceja arriba, en señal de severo disgusto.-¿Quiénes son ellas?

No respondí inmediatamente. No por la situación tan poco cuerda, si no que hubo algo que me hacía sentir insegura frente a los lazos que tenía con aquella mujer, mi madre.

-Mi madre, supongo-solté cortantemente.

-Y no te responde, ni te mira… ¿Verdad?- preguntó divertido, sin mover la ceja alzada ni un centímetro.

-Ya basta de tus jueguitos, ¿Por qué no me dices la verdad y me dejas en paz de una vez por todas?-lo encaré saliéndome un poco de mis casillas.

Para mi disgusto, esbozó una media sonrisa.

-Ya te lo dije, April. Estás muerta .Estoy Muerto. Estamos muertos…Y hasta es fácil de conjugar el verbo-respondió-Y no me pongas esa cara. ¿Sabes? Me lo estás haciendo bastante difícil, y ya me harté un poco de que te tomes esto tan…vamos, no es que te haya dicho que ahora tienes poderes sobrenaturales…sólo estás muerta, y ya.

Permanecí en mi lugar, mirándolo sin pestañar. Podía escuchar a la bebé llorar a todo pulmón, mi madre respirar cada vez más angustiada, e incluso poner atención en cada una de las palabras que los labios de Aidan formaban, incluyendo aquel extraño acento todavía seguía causándome curiosidad (y quizás algo más), pero asimilar que estaba muerta, no.

-Mira, creo que no logré conocerte nada bien cuando me dedicaba a hacerte Vigilias…así que supongo que en realidad, sí eres del tipo “ver para creer”.

Dicho esto, avanzó hacia mi madre y le tocó la cabeza. Su mano no la atravesó, como yo esperaba ni ella se inmutó. En vez de eso, ocurrió algo más propio de una clase de física que de una película sobre fantasmas. Era como si mi mamá fuese un mero reflejo de ella misma en el agua. Cada vez que Aidan la tocaba, su imagen se esparcía en débiles ondas, que se esparcían por todo el campo de visión.

Un escalofrío me recorrió, y cuando me disponía a tocarla, para ver que tan cierto era, mi padre entró en la habitación.

-Creo que empezaré a hablar más bajo, lo siento-se disculpó con mamá. Acto seguido, caminó hacia ella, y literalmente, pasó a través mío. Sin inmutarse si quiera. Los del problema, fuimos nosotros.

Mientras una serie de garrafales ondas desordenaban toda la habitación, Aidan murmuró algo como “Bien, no había considerado eso” y avanzó como pudo hasta mi, que intentaba sostenerme de la pared inútilmente, pues también se deformaba poco a poco. Era similar a un sismo, sólo que las cosas literalmente se deformaban para nosotros.

-Dame la mano-sugirió tomando mi brazo y acercándome hacia él-Tranquila, es normal. Es que no estamos dentro de la misma…dimensión o situación espacio-temporal que ellos. Si nos tocan, o los tocamos…pasa eso de las ondas, ahora ese sujeto chocó contigo…eso ya es más contacto ¿Es tu padre?

-Sí-dije como toda respuesta. Aidan parecía disfrutar un poco de semejante espectáculo, pese a que yo me sentía idénticamente a cuando estaba subiendo o bajando en un ascensor. Sólo que este, iba en dirección al piso infinito. Me sentía bastante mareada, y sin querer apoyé mi cabeza en su brazo. Aunque pareció darle lo mismo, para esquivar la incomodidad que sentí, alargué un poco mi respuesta-Ellos son mis padres, pero no sé quién es la bebé.

Abrió la boca, pero antes de hablar él, se detuvo al ver mi cara de susto al escuchar las distorsionadas voces provenientes de mis propios padres. Sonaban exactamente igual que cuando uno alenta una cinta de un cassette, sólo que no es muy agradable la sensación cuando son tus propios padres quienes hablan.

-Tranquila, otra vez…es lo mismo que cuando tiras una piedra a un pozo de agua, imagina que son pequeñas ondas, sólo que les toma un poco más de tiempo difuminarse. Y con respecto a la bebé, creo que es tu hermana…

-¿Hermana?

-¿No querías tener una?

-¿Ahora eres el Hada de los Deseos?

Suspiró y caminó en dirección amis padres, quienes ya hablaban normal. El piso pareció estabilizarse y las paredes se quedaron quietas de una vez por todas. No seguí alegándole, pues de alguna u otra manera, yo también había percibido que la pequeña era en parte, muy cercana a mí. Y, tenía que haber algo de razón en todo esto…no podía seguir negando y negando sin fundamentos, menos teniendo en cuenta la desagradable experiencia que había vivido recién.

Aidan miró al pequeño bulto y esbozó una sonrisa algo forzada, para mi gusto.

-…de todos modos. No es que no la quiera, es sólo que no estaba en nuestros planes-dijo mi madre de pronto, como si alguien con un control remoto imaginario hubiese puesto el cassette en la velocidad normal. Sujetó a Sophia contra su pecho y dedicó una fría mirada a mi padre-Y no vuelvas a decir eso nunca más, Alan. Sabes muy bien que no pienso así.

-Pues a veces no lo demuestras. Ni si quiera por respeto hacia Abby- respondió él, siendo aún más frío con ella. Una punzada extraña recorrió mi corazón, y no salió de ahí fácilmente.

-Nadie planea que tu hija se muera de la nada, y que en menos de dos años nazca el bebé que siempre quisiste para que fuese su hermana. ¡Simplemente no planeas cosas así! – Dicho esto, comenzó a llorar, se levantó y salió de la habitación.

Mi padre, por su parte, se limitó a mirar por la ventana, apretando con evidente frustración la mandíbula. Cuando mi madre salió de la habitación, sin pensarlo dio un puñetazo en la cuna de la bebé, soltando maldiciones varias.

-¿Ahora si me crees?-dio fríamente Aidan, mirándome desafiante.

En vez de responderle, tal vez por instinto o tal vez por sincera compasión hacia mi madre (no sé si es posible tener pena de tu propia muerte, la verdad), salí de la habitación tras ella. Se encontraba en su cuarto, sentada en los pies de la cama, contemplando a la bebé como si fuera irreal, y no pudiese creer que de verdad ambas lloraban desconsoladamente, sin nadie que las confortara en ese minutos. Ambas llorando, por razones inentendibles para la otra.

Sentí el impulso de tocarla, abrazarla, pero pensé que pasaría lo mismo que en la habitación anterior, así que tan sólo las contemplé con tristeza. Aidan llegó casi inmediatamente después que yo, y ya no me molestaba que estuviera recordando mi estado de mortalidad continuamente. Es que ahora sólo necesitaba un minuto a solas, y ni eso podía conseguir.

-¿Estas convencida o no? Porque realmente no sé que tanto puedas estar sin problemas aquí-dio cruzándose de brazos.

-¿No tienes nada mejor que hacer?-solté bastante molesta-Sí, estoy convencida, no es necesario que ahora me muestres el funeral…

-Yo no te muestro nada, tú sola viniste. Es, en cierta parte, suerte que no hayas ido a parar quizás quien sabe adónde…y dios, que alguien calle a esa criatura-dijo con desinterés haciendo una mueca-¿Le parece a la señorita si ya nos devolvemos? Ya la conociste, ahora déjame hacer todo como tenía planeado.

-¿Planeado? ¿Es que ahora eres tú el que planea mi vida, también?-pregunté alzando una ceja y mirándolo casi deshaciendo mis propios dientes por la fuerza con la que apretaba mi mandíbula.

Sophia no paraba de llorar y mi madre no hacía ningún esfuerzo por callarla. La situación no me favorecía en lo absoluto, y yo no era de mantener la calma en momentos de presión, preciamente.

-Tú vida la planeaste tú. Pero, como te dije…ya no hay más vida-respondió serio, clavando su inquietante mirada sobre mis ojos, haciendo que la mía corriera a esconderse por ahí, cual cachorro enfrentándose a un Rottweiler.

No tenía nada que responderle, pues en eso él tenía razón. Había algo en él que a ratos me hacía sentir insegura y dos segundos después, como si fuera el único ser en el planeta en el que en realidad podía confiar. Si estaba muerta, como ahora sí creía estarlo, en la totalidad más absoluta posible, no tenía más a mis amigos, ni mi familia. Y ni siquiera era algo parecido a un fantasma, ni atravesaba paredes, como siempre lo había visto o leído. Las personas eran quienes no tenían idea de mi existencia y me atravesaban, y todo daba vueltas …¿Es que quien se detiene en su vida a pensar como es realmente estar muerto?

Ahora había otro factor denominado Sophia. La veía, la escuchaba llorar…más no asimilaba que eso, era mi hermana. Al hacerme la idea de que tenía que marcharme (y con seguridad, me costaría un mundo volver gracias a los planes de Aidan) comencé a sentir que una pequeña parte de mí, cada vez más y más grande, quería estar con ella, y ayudar a mamá a calmarla. Tomarla, hablarle de cosas que de seguro no entendería y dejar que una vez más tomara mi dedo entre los suyos, diez veces más pequeños.

Sabía que no conseguiría nada discutiendo otra vez, así que preferí hacer lo que mi acompañante decía. No sin antes, despedirme de mi hermana.

Caminé, temerosa y puse mis dedos sobre su frente, lo que provocó que se quejara un poco, pero sorprendentemente, paró de llorar. Al mismo tiempo, Aidan había intentado impedir mi movimiento, pero demasiado lento, se limitó a mirarme con una expresión de evidente incredulidad en la cara.

-Con razón diste con tu familia tan fácilmente…a ver, toca a tu madre-dijo emocionado.

-¿Para qué?-dije, al momento en que le obedecía, extrañada mientras intenté que mis dedos hicieran contacto con uno de los rizos que pendían sobre sus hombros. De inmediato, provoqué exactamente el mismo efecto que había causado el minutos atrás en la otra habitación. Poco a poco, el efecto “piedra en el estanque de agua” inundaba la habitación.

Me tomó de un brazo y sonriente, exclamó:

-¡No estaba del todo mal, April!-dijo radiante, mientras me conducía hacia a puerta-Por eso encontraste tan fácil el camino a tu casa y tienes una conciencia tan definida…por eso aun sientes tanta vida en ti… ¿Ya te habías dado cuenta que tu hermana puede percibirte?

-¿Y no debería?-pregunté, con curiosidad, mirando sobre mi hombro para ver la curiosa escena que dejábamos atrás.

-Nadie lo hace, ya te expliqué-respondió, esta vez sin parecer pesado. Es más, había algo de orgullo en sus ojos-A menos claro, de que tú seas su Doppelgänger.

Capítulo Tres: Transición

domingo, 7 de febrero de 2010

La vida es agradable. La muerte es tranquila. Lo malo es la transición.

Isaac Asimov.

Lloraba.

Lloraba igual que la vez en que casi nos cambiamos de casa una semana antes de mi cumpleaños más esperado.

Igual que la primera vez que vi a mis padres discutir en frente de mí.

Igual que cuando supe que mi madre había perdido al bebé que en un par de meses se convertiría en mi hermano.

Lloraba sin poder controlarme, sin saber exactamente el motivo por el cual lo hacía, pero ahí estaba, con las pestañas empapadas en lágrimas, con mi yo interior gritando por una respuesta que tranquilizara esa sensación de angustia. Porque la tenía atravesada en el pecho y no encontraba la forma de sacarla de allí.

- ¿Aidan? ¿Qué hiciste?

- Yo sólo lo vi…la vi venir, y cumplí con lo establecido por Keysha.

- ¿Estás seguro? Te adelantaste…

- No…No pude haberme equivocado, yo lo vi. Soñé.

Aidan me apartó bruscamente de él y tomó mi cabeza entre sus manos. Frías. De plástico.

-April, mírame…-comenzó con la cara más seria que había visto jamás. Ya no me parecía un loco, no me daba lástima por su posible estado mental ni me atraían las palabras que pronunciadas por él se escuchaban tan distintas. Ahora sus ojos me hablaban, y me asustaban. Sí que lo hacían.

-Aidan, llévala adentro y pregúntale a Keysha qué diablos hiciste-le ordenó Chad retrocediendo y abriendo la puerta, mientras omitía descaradamente el tono alegre con el que se había presentado.

-Puede que estemos exagerando-respondió Aidan, dejándome a un lado y caminando mirando las piedrecillas del suelo- Cuando llegaste, soñabas las primeras noches, ¿Recuerdas?

-Sí, tienes razón. Pero es…no es que me alegre verte llorando, linda-aclaró dirigiéndose hacia mí-Pero hace años que no veía alguien hacerlo.

Traté de responderle, pero rompí otra vez a llorar, cosa que desesperaba bastante a Aidan, pues procuraba mirar a otra parte cada vez que lo hacía. Si lo miraba, me sentía totalmente perdida. Estaba ahí, me había salvado la vida…en teoría, o quizás no lo había hecho y sólo me tenía secuestrada quién sabe dónde. Pero, ¡Diablos! ¿Por qué ahora todo eso sonaba tan ridículo? ¿Cómo iba a ser posible que me calmara más la idea de estar muerta que secuestrada?

Si miraba a Chad, también me llevaba a la idea de estar muerta, así, sin más.

Él estaba muerto, no cabía duda de ello. Todo el país lo había visto en los noticiarios, en el periódico, la radio…Y verlo así, tan tranquilo, pero cambiante a la vez. Su mirada de preocupación interesada caía en mi desde el dintel de la puerta, y no comunicaba nada más que un: Admítelo niña, estás muerta.

Mi familia no era católica, así que tampoco tenía la idea de morir y encontrarme con un anciano barbón caminando en las nubes mientras decidía si dejarme entrar o no al Cielo. ¿Has sido buena niña, Abigail? No. Esa idea de muerte, descartada.

Cuando me disponía a calmarme un poco (Tuve que hacerme la idea de hacerlo yo sola, Aidan seguía mirándome como si estuviese cubierta de verrugas o algo peor), Keysha reapareció majestuosa en la puerta y abrió la boca inconscientemente al verme la cara empapada en lagrimones.

-¿Por qué estás llorando?-preguntó mirando a Aidan y Chad alternadamente, pero ignorándome a toda costa.

-Pues acabo de plantearme la idea de estar muerta…de veras-contesté queriendo sonar igual de pesada que ella. Aunque claro, el tono de voz quebrado y los sollozos no eran de mucha ayuda.

-No me refería a la razón de tu llanto, April. Eso cuéntaselo a Alonso, es su deber no el mío-soltó de manera cortante y mirándome repentinamente.-Me refiero a qué haces llorando, si se supone que estás muerta y sin vida, al igual que todos nosotros…

-No tengo idea, y tú como Doña “Yo sé más que todos juntos aquí”, podrías ayudarme un poco. No estaría nada de mal, porque, ¿Sabes? ¡Es la primera vez que tomo conciencia de que mi vida se terminó!

Bien, eso no lo esperaba. Mi humor estaba cambiando constantemente, y me había bajado todo el enojo justo con Keysha. En vez de extrañarse por el repentino tono furioso y gritón de mi voz, sonrió. Caminó pausadamente hasta Aidan, quien ahora parecía resistirse menos a mi persona, ya que incluso me miraba con los labios apretados para disimular una sonrisa.

-Así estamos mejor, ¿Ves?-dijo Keysha dándole palmaditas es la espalda- No se te ha salido nada de control. Llegó confundida, luego le bajó la pena y ahora está molesta…en un dos por tres estará saltando por la playa y ahí le cuentas de qué trata todo este asuntito.

-Yo nunca dije que se me había ido de las manos-respondió Aidan mirándola muy serio.

-Ya, como digas-respondió ella sonriendo y mirándole con las manos en jarras

-¿Acaso te llamé…?-inquirió Aidan sin poder aguantar más la sensación de relajo que le producía saber que yo estaba completamente muerta (sí, cada vez que lo pensaba, se me hacía más y más real…extraño, pero al menos así podía calmarme y los pensamientos lograban hacer “click” y llegar a ideas más concisas) y dibujando una tímida sonrisa en su rostro.

Por toda respuesta, la mujer negó con la cabeza y le dio un empujón, cosa que él respondió levantándola del piso y haciéndole cosquillas. ¿Era la misma mujer que minutos antes lo había tratado con evidente desprecio? La escena que llegaba a ser hasta infantil, por la manera en que se miraban ambos. Me percaté de que Chad y yo sobrábamos, pero no se me ocurrió nada prudente que decirle. ¿Y qué se siente estar muerto?¿Podemos traspasar paredes y esa clase de cosas? El hecho de solo pensarlo me parecía ridículo.

¿Estoy muerta…así como así? No…no hay nada concreto que me demuestre que yo lo esté. Todavía estaba la lejana posibilidad de que todo este fuera un grupo de locos…¿Y si dentro había un teléfono para llamar a mi casa? Era un faro, por supuesto que habría uno.

-Hum… ¿Podemos entrar? Siento curiosidad por saber más de todo este lugar—mentí, esmerándome incluso, en poner cara de ilusión.

-Claro, aunque debería ser él el que te enseñe todo…pero supongo que no hay problema en que te de un paseo por el faro-respondió él haciendo ademán de que yo fuera delante de él-Esta cosa aparentemente existe desde hace siglos…y nosotros aún no terminamos de descubrir su historia en un cien por ciento.

Al momento de caminar hacia la puerta, Aidan miró confundido a Chad, pero éste se limitó a hacerle un gesto con la mano y él volvió a olvidarse de mi existencia.

Nos adentramos en la gran mole de piedra de apariencia medieval, dejando atrás carcajadas de parte de Keysha. Contrario a mis expectativas, no era lúgubre ni nada por el estilo, de hecho, resultaba ser acogedor. Sólo había un pasillo ancho que descendía y ascendía, y a ratos había grupos de cinco o seis escalones que comenzaban en sus respectivas direcciones, desde el lugar en el que estaba la puerta. No sabía exactamente si subir o bajar, así que me acerqué a la baranda y miré hacia abajo. La escalera terminaba en una amplia cocina de tipo campestre, con una mesa de madera en el centro, la cual tenía una decena de objetos que no lograba distinguir en la superficie. Arriba, por el contario sólo había un objeto: Una espléndida lámpara colgada al techo. A pesar de su evidente antigüedad, no lograba encajar con el decorado de todo el faro. Parecían centenares de luciérnagas de cristal agrupadas en torno a la misma y enroscada rama de un árbol.

Por el pasillo en sí, habían velas y lamparillas sucias que alumbraban el camino, una entre cada puerta que iba apareciendo a medida que avanzaba con la vista. Lo mismo hacia abajo, sólo que la cantidad de habitaciones disminuía.

- ¿Te parece si bajamos y conoces a los demás?-sugirió de súbito Chad

- ¿Hay más..?

- Así es-convino asintiendo con su redonda cabeza- Aún te falta por conocer a Marie Alice y Russell, supongo que estarán abajo ordenando. Es lo único que hacemos los más normales.

- ¿Normales?

- Los que no tenemos ninguna función…especial, por así decirlo-explicó Chad invitándome a seguir, cosa que no hice.-Aidan te lo explicará después.

Te lo explicará después… ¿Después de qué? En primer lugar, no tenía cinco años para que me explicaran las cosas con manzanas y peras. Si estaba muerta (Aquí vamos otra vez…estoy muerta, y es de lo más normal) era eso, y fin. ¿Qué había que explicar? Chad me parecía un buen tipo y todo, pero si por otro lado, lo de la muerte era un gran cuento, no podía seguirle el juego así como así.



-¿Y qué hay más arriba?-pregunté sonriendo como quien no quiere la cosa

-Nada...-Contestó desinteresado, pero prefirió explicar con más detalles al ver que me daba la vuelta y comenzaba a subir- Bueno, todos los cuartos tienen antigüedades varias, libros, ropa…puedes ver todo cuando quieras, pero prefiero que lo hagas con Aidan. April…espera. Bueno si quieres…

Puerta número uno. De madera oscura, pesada y sonora al abrirla. Ocultaba una pequeña pero luminosa habitación, y como había dicho Chad, contenía muchos objetos de edad incalculable. Un pedazo de género enrollado en torno a una empolvada estatua, un tocadiscos, revistas, maceteros. Nada especial, pero sí que resultaban atrayentes a la vista, o al corazón. La habitación en sí olía a recuerdos, a papel antiguo y esa clase de cosas que se supone que uno siente cuando estás viuda y relatándole tu vida entera a tus nietos.

Suspiré y miré a Chad con cara de decepción.

-¿Por qué guardan tanta cosa inservible?-pregunté con fingido tono desinteresado mientras cerraba la puerta y avanzaba a la siguiente tocando la muralla de piedra con mis dedos.

-No son inservibles, son recuerdos de la humanidad. No es que estemos muertos y nos sentemos a ver cómo pasa la vida así como así…-explicó, asegurándose de dejar la puerta bien cerrada. Como la madera de la puerta parecía hinchada por la humedad, Chad tuvo que cerrarla con un enorme golpe, lo que provocó que la rejilla que sostenía una de las lamparitas del pasillo cediera, y la lámpara se callera, rompiéndose en mil pequeños cristales.

-Es la tercera lámpara que tendremos que cambiar por mi culpa-gruñó mirando por sobre sus hombros-Ojalá que nadie se dé cuenta esta vez… ¿Te importaría traerme una de las escobas que hay en la habitación con la puerta blanca? Es la única de ese color, y está casi llegando al final.

Asentí y subí en círculos hasta pasar alrededor de tres puertas de madera oscura, unas dos de color rojizo y unas cuantas más con varias manos de pintura gastadas por el tiempo, hasta que encontré la única blanca. Se asemejaba bastante a la puerta que estaba en la cocina de mi casa, y como había dicho Chad, era una de las últimas…la penúltima, de hecho. La única puerta que quedaba, era de una madera más trabajada que las anteriores, de color caoba y con una gran rueda grabada en el centro. La misma rueda que tenía Aidan colgando del cuello y en casi todo su barco. No cabía duda que esa era su habitación.

-¿April? Entra y saca cualquier escoba, pero rápido por favor- gritó Chad desde abajo.

-¿Esta habitación es de Aidan?-pregunté haciendo caso omiso al tono desesperado e infantil del pobre

-Sí, pero no se te ocurra entrar…

-¿Por qué no?

-April espera, no…

Muy tarde. Antes de que las pisadas de Chad comenzaran a sonar escaleras arriba, yo ya había cerrado la dichosa puerta detrás de mí. En un vistazo rápido, encontré una habitación redonda y llena de papeles, con una cama deshecha y cubierta de cojines polvorientos. Tenía cuatro ventanas repartidas por todo el ancho de la habitación, todas ellas arqueadas, sin vidrios ni postigos de madera. Un estante colmado de libros, un escritorio y una puerta similar a las que estaban por todo el faro. Nada fuera de lo común…no a la vista, por lo menos. Así que la curiosidad o quizás el hecho de querer encontrar respuestas a una pregunta inconsciente, me llevó hasta la puerta, y la abrí con la idea de encontrar una armario con cualquier cosa, un armario o un pasadizo secreto, un ascensor…todos, menos la linde de un frondoso bosque, a la luz de un soleado y tibio día de verano, con una suave ventisca incluida.

-April, cierra esa puerta inmediatamente.

Era Chad que me miraba asustado desde la otra puerta.

Y lo hice, pero no por obedecerle, si no porque se suponía que estaba en lo más alto de un faro. Un enorme faro de piedra, de muchos metros de alto, por lo que era imposible que esa puerta diera a un bosque. Miré a Chad, pero no pregunté nada. Preferí asegurarme por mi misma, y caminé hasta la ventana que tenía más cerca. Saque la cabeza y miré hacia todas partes. Arriba, el cielo algo abochornado, a los lados la playa…hacia abajo, varios metros para llegar al suelo. Me volteé incrédula, y pregunté:

-¿Viste lo mismo que yo tras esa puerta?

-Sí, pero por favor. No la cruces-suplicó seriamente Chad-Mira, salgamos de aquí y vayamos a buscar a Aidan. Hazle todas las preguntas que quieras, pero no vuelvas a entrar aquí sin su permiso.

-¿Qué pasa si la cruzo…qué hay más allá?-pregunté con tono calmado e intentado que mi acompañante se relajara un poco.

-No sé qué pasa, por eso te digo que lo la cruces.

-Si me dices eso, más me tientas a hacerlo. ¿Sabes? Tengo 17 años, en teoría soy una adolescente llena de preguntas y…

-Está bien, está bien-dijo desesperado. Me sentía casi como un policía torturando a un testigo para que éste le dijera la verdad sobre algún crimen-Aidan es el único que la puede cruzar, es el único capaz de volver. Esto no es un faro cualquiera…por decirlo de alguna manera, estamos varados en la Nada. En un punto temporal difuso. Que no está fijo en el espacio, ni en el tiempo. Y la Nada tiene puertas extrañas, como estas, que es un límite entre la vida y la muerte.

Esbocé una media sonrisa incrédula.

-¿Esperabas un pasadizo oscuro y con murciélagos? ¿Un agujero negro?-preguntó él encogiéndose de hombros-Pues es esto, un bosque…no tengo idea qué más hay, porque nunca hemos salido por aquí. Si lo hiciéramos, seríamos cosas…almas, muertos, espíritus, o cómo quieras llamarle, perdidos. No logramos entender la vida, no me pidas que entienda la muerte. Estoy muerto, pero sigo siendo humano al fin y al cabo.

Pues si él no lo entendía, yo menos. Pero existía una gran diferencia, yo no me quedaría con la idea de lo que me habían dicho, no me quedaría de brazos cruzados. April, acabas de cumplir diecisiete, así que tu regalo de cumpleaños es la muerte. Qué divertido ¿No? No me resignaría tan fácil. De súbito florecieron en mí todas las expectativas de vida que tenía, las conversaciones con mis amigos, mis padres. No podía estar muerta, porque tenía centenares de cosas por hacer, así que iría por ellas. Lo miré una última vez y caminé a zancadas hasta la puerta, la abrí mientras escuchaba un “NOOO” desesperado, y la cerré a mis espaldas